miércoles, 4 de marzo de 2009

Usa Casco

M.Wentzel
Lydia tenía un solo hijo.
Parecía que aquel día iba a ser un día común, como todos los otros días, pero algo hizo que fuera distinto. Ese día, al despertar, Dani tuvo una idea, que para él era brillante, y lo hacía feliz:_ Me voy a comprar una moto .
Lanzó esa frase con tanta seguridad, que partió el aire y quebró el silencio, en el mismo instante en que la mirada de su padre se clavó en un punto que se hallaba en los ojos de su madre que se impregnaron de terror, al tiempo que acotó:
_ No me parece una buena idea. Además : ¿de dónde vas a sacar la plata?
Conmigo no cuentes. No voy a ser cómplice de lo que pueda pasarte.
_ Ya lo tengo decidido. Por la plata no se preocupen.
_ ¿Para qué querés una moto? Ya lo hablamos muchas veces. El paragolpes es tu cuerpo..._ No me vengan con historias trágicas..., agregó con suficiencia y apuró el último sorbo de café con leche caliente, los saludó con un beso, salió de la cocina, y continuó antes de cerrar la puerta : _... el tío de Mariela tiene una mensajería y me va a dar laburo....
Dani era un chico alegre y vivaz, con ánimo de progresar, el sólo quería ganar algo de dinero para sus gastos. Con el primer sueldo compró un celular para él y uno para Lydia, así ella se quedaría más tranquila cuando él no estuviera. Se mantenían en permanente contacto. Lydia le regaló un enorme casco azul.
La moto verde metalizada, con relucientes caños cromados, se fundía con el cuerpo de Dani en una ancha cinta de plata que recorría rápida las calles. El casco siempre colgaba del brazo o del manubrio mientras cumplía con todos los recados puntualmente. El todavía reía feliz y contento con su moto nueva.
En su mente adolescente, heroica y omnipotente no cabía la idea de que cualquier día podría ser el último o que tal vez dentro de algunas horas podría ya no estar. Lydia lo llamaba con frecuencia y lo abrumaba con sus recomendaciones. Ella tenía miedo. Mientras él permanecía fuera de la casa ella no lograba distenderse. Cada noche lo esperaba con impaciencia. Sólo cuando oía el rugido del motor que lo precedía se tranquilizaba.
_ Este es el último mensaje pibe. Después podes ir tranquilo. No vuelvas...
Esa noche Mariela, lo esperaba muerta de frío en la puerta del colegio: _ ¡Cómo tarda!
El todas las noches la llevaba hasta su casa y a veces se quedaba a cenar.
_ El domingo cumple diecinueve, tengo que comprarle un regalo...tal vez le guste algo para la moto...
Ella ignoraba por dónde andaba su querido en ese momento. Ella, no sabía que tal vez ya no hiciera falta comprarle algo.
Lydia tomó el cucharón y se dispuso a servirle a Juan otro plato de sopa caliente. Se le empañaban los anteojos por el vapor. Los vidrios de la ventana estaban nublados, las sombras de la noche bailoteaban con las luces de la calle, que pasaban por allí y chocaban contra el frío, y blancos fantasmas ondulaban afuera en la oscuridad. Era una helada noche de agosto, de aquellas en que nadie desea salir, ni siquiera por una urgencia. La estufa irradiaba un calor rojo que se extendía por el agradable ambiente y un aroma a hogar tibio de amor lo invadía todo con calma. El tema de conversación giraba entorno a su hijo: _Es un chico responsable. Es feliz. Es cariñoso. ¡Qué enamorado se lo ve! Es inteligente, y tan buen hijo... La tele estaba encendida. Desde la calle se veían reflejos de colores en los vidrios de esa casa. En las otras casas la gente cenaba y miraba televisión, igual que en la casa donde esperaban a Dani con la cena lista. Ya todos habían regresado a sus hogares. Algunos ya se habían retirado a sus habitaciones y se disponían a dormir. No había vida en las calles. El tránsito era apurado pero escaso. Era una noche triste y sin luna. En pocos minutos la tristeza lo invadiría todo.
El aceleró, pero no era suficiente. Volvió a acelerar: un ronco bramido lo impulsó raudamente por la línea blanca que dividía la calle . Era dueño de la noche y del silencio, que rompía con estertor a su gusto.
__Ya terminé. Voy a buscar a Mariela y la dejo en la casa. Hoy no me quedo a cenar con ella. Mamá me espera con la cena. Mañana tengo que madrugar...
El no sabía que ya no habria para él ningún mañana. Aún lo ignoraba, pero ya no habría cena, ni vería más a Mariela ni a su familia...
El frío le golpeaba con fuerza el rostro mientras avanzaba y su pelo volaba hacia atrás. Apenas podía mantener los ojos abiertos. No podía sentir las orejas porque estaban heladas y su nariz estaba roja y entumecida. De su boca salía un leve vapor que se esfumaba en una tenue niebla. Si tan solo hubiera alguna manera de anticiparle lo que ocurriría. Si pudiera soplarle al oído “cuidado, tené cuidado”, pero es sabido lo difícil que es para los jóvenes aceptar un consejo....
Semáforo en rojo: _ No paro, sigo..._ Apretó con fuerza los puños y aceleró a fondo una vez más, la última vez. Una camioneta negra, cruzó desde la izquierda, dobló y lo encerró. La ancha cinta de plata se partió abruptamente.
El casco azul rodó lejos por el duro pavimento. El pequeño teléfono: un rayo que, despedido se deslizó veloz sobre el asfalto negro, húmedo y gelatinoso. Bocinas, sirenas, confusión... Muchos se acercaron para ver. Algunos salieron de sus casas tras escuchar el impacto.
En ese momento, brotó trémula, una melodía desde el piso. Alguien levantó, de manera indecisa y tímida el celular, lo destapó y leyó el mensaje: “Dani, soy yo, má. No olvides usar el casco. Te espero”. En silencio, despacio y contrariado lo volvió a tapar.
Una mancha roja, espesa, irregular, lenta, se esparció sobre el húmedo y gelatinoso asfalto. Mórbidos tentáculos que mañana al salir el sol, se secarán sobre el cemento. La vida de los otros continuará. Los conductores pasarán distraidos; los neumáticos marcarán sus dibujos sobre esa mancha roja y quedará atrás un cúmulo de caños cromados y verdes retorcidos, y varias vidas, que hasta ese instante, parecían felices, habrán cambiado para siempre.

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