miércoles, 4 de marzo de 2009

MIS OREJAS m.wentzel

Sube al colectivo. Todas las miradas giran de inmediato hacia adelante.
Todos los ojos se fijan en sus orejas. Nunca nadie había visto orejas tan llamativas por su tamaño y por su extraña forma. A ambos lados de esa cabeza, y perpendiculares a ella, formando dos perfectos ángulos rectos, sobresalen dos enormes pantallas. Yo no quiero mirarlas, pero mis ojos no me obedecen y siempre se dirigen hacia allá, hacia aquellas orejas. Nunca me gustaron las orejas grandes, y estas, son muy, muy grandes...y por su forma, parecen orejas de cachorro de elefante. Se me ocurre un apodo...siento vergüenza...hago un esfuerzo para no mirar más. Pienso en mis propias orejas. De todos los defectos, siempre consideré a las orejas grandes como el peor. No soportaría tener orejas como esas, aunque ahora pueden operarse.
Mis orejas comienzan a picarme. Las siento tirantes, me arden. Levanto la mano derecha, la llevo por debajo del pelo hasta una de ellas y noto que se agranda. Me inquieto, trato de no llamar la atención, pero, lentamente y con disimulo, busco la otra, y compruebo, me convenzo, de lo que ocurre: mis orejas están creciendo. No es posible. Me sugestiono fácilmente. Trato de no pensar.
Por el rabillo del ojo noto que al señor que está sentado junto a la ventanilla le pasa algo parecido, pero él aún no se dio cuenta, tal vez cuando llegue a su casa y se vea al espejo... Giro mi cabeza hacia el otro lado y veo sorprendida que casi todo el pasaje, incluso el chofer, ya luce gigantescas orejas. La señora se adelanta, y pide bajar en la próxima esquina. Esto es increíble. No puede ser. Otro exceso de mi imaginación...pero un joven dormido en la hilera de asientos individuales, un bebé que sentado sobre las piernas de su madre y una anciana delante de mí, son los únicos que conservan el tamaño de sus orejas.
Llego a casa, corro y me miro al espejo. Mis orejas están rojas, tirantes, calientes, un molesto cosquilleo las recorre desde el lóbulo hacia arriba, me arde todo el pabellón. Justo a mí tuvo que pasarme esto. Mariano está por llegar. Hoy tengo una fiesta. No sé cómo voy a salir así. Me peino hacia atrás, estiro el pelo sobre las orejas y lo ato en la nuca. Se ven dos enormes orejas aplastadas que hacen fuerza por enderezarse. Suena el timbre: es Mariano.
Esto no tiene solución. El timbre insiste. Antes de que suene otra vez le arrebato un gorro de lana al perchero que está junto a la puerta, y me lo pongo, ¡ya va!, grito nerviosa y, antes de abrir, le echo un último vistazo al espejo...
Tardaste en abrir, dice Mariano, que hacés con ese gorro en la cabeza. Nada, le digo. Te noto preocupada. Le cuento. Se ríe. Lloro. Me abraza y me consuela. Vamos a ver a un especialista. Me miro en el espejo. Soy igual a la señora del colectivo. El Otorrino me deriva a un cirujano plástico. Me resisto a operarme. Sale una fortuna. La obra social no cubre la cirugía estética. Una amiga me recomienda una curandera. Yo no creo, pero por las dudas voy. Le explico lo que me pasó. Que ubique lo antes posible a la señora de las orejas grandes, me dice, seguro que hechizó a todos los que en silencio la criticaron, se burlaron, u odiaron a sus orejas...pero yo no la conozco, ni sé donde vive. Ya oscurece. Mañana la busco.
Paso la noche sin poder dormir. Estoy ansiosa. Siento un molesto ardor en las orejas, que me recuerda que siguen igual.
Me levanto temprano. Con el gorro en la cabeza, tapo las orejas y salgo.
Recuerdo la esquina donde se bajó aquella mujer, ayer por la mañana. Tan sólo ayer, mi pesadilla parecía eterna. Pregunto en el barrio, la describo : nadie la conoce. Desilusionada, tomo el colectivo y la veo pasar, camina por la vereda de enfrente. Me bajo. La sigo. No sé cómo hablarle, ni qué decirle. Se borró de mi mente el discurso que ensayé durante toda la noche. Entra en la mercería, la sigo. Entre hilos y agujas, es más fácil. Hablamos. Hago una ligera referencia a mis orejas y a las suyas, ella hace un chiste. Reímos.
Esas cosas de la herencia, me dice. A mi no me molestan.
No tiene ningún complejo. Las lleva con orgullo.
Me parezco a mi abuela, que era una maravillosa mujer. Nadie es perfecto. Cada uno debe conformarse con lo que le ha tocado en suerte...
Pero a usted le quedan bien...digo convencida, forman parte de su personalidad...
Estuve a punto de pedirle disculpas por haberla mirado tanto en el colectivo, pero ella no recuerda haberme visto antes...
Al que no le gusta que no mire. Regreso a casa. Camino por la vereda
y pienso en lo que hablamos. Me olvido de mis orejas...
Abro la puerta y entro. Siento un cosquilleo y una molesta picazón que hace que no pueda evitar llevar la mano a una de mis orejas y casi al mismo tiempo a la otra, con sorpresa noto que volvieron a su tamaño normal. Voy a mi cuarto. Me miro al espejo. Suspiro aliviada y pienso en... ¿ qué habrá pasado con el conductor y los otros pasajeros... ?

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