miércoles, 4 de marzo de 2009

Pan Largo

M.Wentzel

Era el dueño de mi miedo infantil, el monstruo que atormentó mis días de infancia.
Bastaba con escuchar que alguien hiciera alguna referencia a él para que de inmediato abandonara mi juego, por más interesante que fuera, para huir en busca de un refugio.
Todas las tardes, puntualmente a las cinco, hacía sonar en forma estridente ,y con insistencia, su corneta: esa era la señal. Mi corazón daba en ese mismo instante un salto, la opresión en el pecho me asfixiaba, las pupilas se dilataban, los párpados desaparecían, dejando todo el espacio a los ojos, cediéndoles el lugar para agrandarse al máximo. El frío recorría mi médula desde arriba hacia abajo a la vez que pequeñas gotas de sudor comenzaban a deslizarse por mi estrecha y huesuda espalda de nena extremadamente flaca.
Un fuerte abrazo a mamá, como pedido de auxilio, al tiempo que con la vista , nublada por las lágrimas, hurgaba por la habitación con urgencia, en busca de un lugar seguro para esconderme, y no ser hallada por él .

Todas las sensaciones juntas, combinadas en un instante que duraba años, una década interminable, se mezclaba con la bronca que sentía por la incomprensible risa de mamá que no entendía el motivo de aquel exagerado terror .
Ella salía al cordón de la vereda, donde estaba estacionado el carro pintado integramente de rojo ,cerrado, en cuyos flancos se leía “Panificación Argentina” .
El gigantesco caballo negro, brillante, brioso, sano, bien cuidado, sacudía su cola con impaciencia, mientras, inquieto por la partida inminente, se tomaba, no obstante, unos minutos para masticar, con cierto desdén, el pasto fresco de la orilla de la calle. Cada tanto lanzaba un bufido o daba una fuerte patada al piso al tiempo que sacudía su larguísima cola hacia uno y otro lado .El panadero saludaba: -Bueenas! ¿”Quévallevar”?-Un pan largo, contestaba mamá con su vocecita tímida _¿Y la nena?¿Cómo se portó hoy?_Y ...Bieeen, respondía ella ..
Yo escuchaba desde mi escondite bajo la cama ; contenía la respiración,mientras el corazón latía con deseos de escapar por mi boca y mis ojos de gato asustado en la oscuridad brillaban .
Temía lo peor : que adivinara mi escondite, que bajara de su trono y que viniese a buscarme.
Mi miedo no era infundado : como todo , tuvo un principio: cierto día, cuando yo tenía dos años, mamá le contó una travesura de las tantas que me tenían como protagonista, y él, grandote juguetón, (ahora lo entiendo así) bajó del carro para correrme.
_¡Te voy a llevar a la panificadora !_ gritaba, al tiempo que lanzaba gruesas risotadas_¡Te voy a meter en el horno!
A mi mente llegó la mismísima imagen del infierno y él se convirtió para mi en un
demonio, en ese preciso instante y por mucho tiempo:-Ahí viene “Panlargo”! _ era la
amenaza ,cuando intentaba rebelarme, o hacer algún lío, o tan sólo por las ganas de
reír de mis hermanos, grandotes aburridos, que veían en mi miedo un excelente motivo para su diversión.

Era un gigante alto y panzón, de grandísimas manos con dedos de chorizos y cabezota de zapallo , cubierta de una maraña de rulos negros de alambre grueso. Nariz aberenjenada , y un bigote escobillón , que a modo de techo parisino cubría el labio superior de una inmensa bocaza ,llena de una desmesurada cantidad de enormes dientes amarillos, que lucía mientras, agitado, tomaba bocanadas de aire entre una carcajada y otra. Me corrió hasta la galería ,después de cruzar el patiecito del jardín, con los ojos de huevo frito más abiertos que nunca.
Mis piernas flacas, no se veían por lo rápido que se movían al correr. Temblorosa y pálida, suspendida en el aire, iba volando y a los gritos.Sentía el fuerte olor a tabaco , a vino tinto y mate ,que me perseguía: rara mezcla, pegado a mi espalda . Además de temor , aquello despertaba mi repugnancia. Lo sentía cada vez más cerca , hasta que pude por fin cerrar la puerta de mi cuarto y sentirme resgurdada. Los fuertes y exagerados pisotones contra las baldosas del patio aún resuenan en mis oídos.
Convencido tal vez de que ya era suficiente ,desistió de la persecución, y volvió a su carro, triunfante, seguro de haberme dado una lección que jamás olvidaría.
Puedo asegurar que logró su cometido.Todavía recuerdo ese olor que comencé a sentir en el pan, que nunca más volví a comer. La sola vista del mismo hacía llegar de inmediato a mi memoria el cúmulo de sensaciones que experimenté en ese momento. Habían pasado ya un par de años cuando una tarde , mientras salía del almacén de enfrente, el pánico me paralizó cuando ví el carro rojo detenido en la puerta de casa, ¿cómo no lo había escuchado? ¿cómo pudo sorprenderme de esa manera?
Mis pies, compasivos, reaccionaron por mí, que estaba obnubilada de terror. Ellos me llevaron corriendo al interior del negocio , donde me cobijé bajo el mostrador, ante la mirada atónita de la dueña que preguntaba con insistencia qué ocurría a la vez que, como única respuesta recibió un :
_ Shhhhh! el panadero...._mientras me tapaba los oídos al escuchar el disfónico chillido de la corneta que comenzaba a alejarse hasta desaparecer. Entonces me rescataron .Mi rostro blanco por el miedo, se tornó rojo por la verguenza que sentí cuando me di cuenta de que había provocado la risa de todos los presentes , a los que, inexplicablemente mi temor les había causado mucha gracia .

Varios años dormí con una tenue luz encendida en mi habitación .La oscuridad total era suficiente para que , entre las sombras , emergiera sigilosa su gigantesca figura ,me tapara la boca me tomara por el cuello y me llevase al rojo carro para arrojarme detrás del asiento mientras con el látigo golpeaba al negro caballo que como un gigantesco murciélago desplegaba sus enormes alas para llevarme más rápido al temido lugar :“la panificadora” el sitio más terrible que pudiera existir, seguramente por su nombre ,que era tan largo, desconocido por mí y difícil de pronunciar además de la circunstancia lamentable en que lo escuché por primera vez. En segundos llegábamos al lugar , me tomaba bruscamente por los pelos con sus manotas, y me sacaba del carro mientras yo gritaba con todas mis fuerzas, y sacudía mis brazos y mis piernas en un vano intento por zafar . Soltando despiadadas y gruesas risotadas ,me llevaba hacia un gigantesco horno negro , dentro del cual crepitaban leños rojos y altas llamas que bailoteaban alegres , y subían y bajaban al son de su risa :demoníacas, festejaban la llegada de una “niña mala” para alimentar su fuego. Sentía que la piel comenzaba a quemar ,entonces despertaba lanzando gritos de terror y llorando con desconsuelo. Mamá aparecía presurosa ,me tomaba en sus brazos y me acunaba hasta que , desconfiada ,y temerosa de que aquel terrible hombre volviera, me dejaba vencer por el sueño que lento, suave, bajaba mis pesados párpados y me cerraba los ojos, aún contra mi voluntad , hasta dormirme.
También necesité durante mucho tiempo, dormir con el leve murmullo de una radio encendida hasta la mañana,pues el silencio absoluto de la noche, era suficiente para que la imaginación acercara desde lejos la ronca corneta que estridente sonaba ,con fuerza hasta lastimar mis oídos y despertar en mí todas esas feas sensaciones que prefería olvidar y que no hacían más que instalar la pesadilla otra vez en mi sueño , hasta provocar el pánico, despertar y llorar, sólo podía llorar .
Mamá no quería despedirlo, a papá le encantaba ese pan, que según él, tenía un gusto particular. Tampoco hubiese mitigado mi trauma con el solo hecho, ya que todos los vecinos le compraban , especialemente los lunes, cuando las panaderías tradicionalmente estaban cerradas. Tuve que soportar estoicamente, por unos cuántos años, la presencia sonora y olfativa del panadero de la panificación, apodado por mis hermanos ,de manera socarrona “Panlargo”.

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