miércoles, 4 de marzo de 2009

Cuento chino

CUENTO CHINO


Le costaba creer lo que veían sus ojos.Wan Chen estaba agazapado debajo de un pequeño mueble. Apenas podía moverse. El espacio era infimo y temía ser descubierto.Estaba sentado en el piso, con la cabeza apoyada sobre las rodillas y los brazos abrazando a ambas piernas; mudo,
trataba de entender sin lograrlo. El corazón galopaba sobre su estómago.

Como todos los atardeceres ,aguardaba ,junto a su familia y a los vecinos de la aldea,
espectros que se continuaban en largas sombras que se proyectaban sobre el terreno, y se estiraban
para llamar al sol del día siguiente.
El Sr. Zheng Hou , no demoraba en abrir sus puertas para ,desganado, pagarles el magro jornal ,que consistía en unos yuan, y un puñado de arroz de descarte , por haber recogido la cosecha de ese día. El era una hombre avaro. Poseía riquezas con el único fin de atesorarlas, escatimaba en todo. Daba poco, y de mala gana. Su afán era guardar , y cuanto más, mejor. El vivía solo, no se le conocían familiares o amigos , ni siquiera criados. Su extrema desconfianza , hizo que se encerrara en sí mismo , aislándose del mundo. Con despotismo creaba sus propias leyes . Sometía y explotaba a los pobres pobladores ignorantes, que, por el abuso de poder que él ejercía, jamás podrían salir del estado de pobreza e ignorancia, en el que se hallaban sumergidos.
Hasta su aspecto físico era desagradable. Era un anciano ciego, dueño absoluto de esas extensiones de tierra. Sus ojos, dos pequeñas líneas oprimidas por arrugados párpados se adivinaban a través de ellos sólo por un pequeño destello de codicia.La boca , de labios finos, rodeada de surcos, lucía ,grabado de manera inalterable, un gesto de desprecio hacia los demás y quizás hacia sí mismo. El sol que ya se iba, levantaba un leve resplandor desde su cabeza rapada . Las manos, con dedos largos y finos como toda su figura , temblorosas , dubitativas deseaban retener el dinero antes que entregarlo a aquellos que con su arduo trabajo lo tenían merecido.

Wan Chen, con sus pequeñas manos, ese día , como tantos otros, había ayudado a sus padres .Su tarea era la de atar los tallos secos y armar parvas que ,como pequeñas chozas, quedaban diseminadas por el llano.

En esa región ,todos los pobladores eran agricultores. Habitaban un valle extraordinariamente fértil, de tierras amarillas como sus pieles impregnadas de sol. El río Huang Ho, que cruzaba los campos, fluía hacia el este,y le daba al sol una fresca bienvenida todos los días, acompañado por los cánticos de los labriegos que al amanecer ya se hallaban recogiendo el arroz.

Wan Chen ,era un niño solitario, como la región donde vivía, una de las menos pobladas de China Central. Todas las madrugadas ,cuando la negra y fría noche aún no se había corrido hacia el oeste, iba con sus padres al campo, no sin antes elevar una plegaria para auspiciar un buen día.
El tomaba en brazos a su mascota, Chin, un lechoncito rosado y barrigón, y caminaba unos pasos detrás de ellos, con sueño, por haber dormido poco.Por su aspecto físico aparentaba menos edad que la que en realidad tenía. No ocurría lo mismo con su madurez ,que era la de un niño mayor.
Por vía paterna heredó la sensibilidad y el amor por la llanura y por el cielo ,infinitos, como su imaginación, que , como ambos, llegaban hasta esa línea que allá a lo lejos, jamás podría ser alcanzada .
De la familia materna heredó el aprecio por los objetos bellos y la suntuosidad.
Su tío, Wang, era artesano. Era callado y bonachón. Su cuerpo pesado tal vez, contribuía con su manera de ser, con su manera de andar y de hablar.
Pintaba orzas de porcelana . Con signos caligráficos ,figuras de flores, monjes, dragones, aves, con pinceladas ligeras, sin preocuparse demasiado por los contornos, usaba colores suaves y le daba a la decoración un aire de misterio. El lo llevó una día, a conocer el Templo del Cielo, de la ciudad de Bejing, maravillosa construcción, edificada a base de relaciones numéricas, múltiplos de tres,que es el número del cielo,de allí su nombre. Había sido construído hacía quinientos años.
El pequeño, impresionado, atesoró en su memoria la belleza del lugar junto a las historias que su tío le contó paciente y con armoniosa voz .Era un niño educable que todo lo aprendía con avidez y suma facilidad. Sus pupilas vivaces asomaban por las ranuras de sus ojos con brillo inteligente deseosas de captarlo todo .

Esa tarde, mientras el sol se deslizaba lento hacia el oeste, Chin, el cerdito,saltó de los brazos de
los brazos de Wan Chen y casi rodando, entró en la casa del anciano por una puerta lateral.
Ingresó en la mansión octogonal de techo circular y el niño tras él, pasando inadvertidos.
Se hallaron de pronto en un salón densamente amueblado ,de un lujo comparable con el del famoso templo de Bejing, que recordó de inmediato.El lugar estaba decorado con jarrones de porcelana, muchos de los cuales habían sido pintados por su tío. Con asombro y curiosidad infantil, recorrió el lugar con la mirada, cuando ecuchó suaves pisadas en el piso encerado de la sala. Corrió entonces a esconderse debajo de una cómoda , llamando a Chin, que se hallaba en medio del camino, olfateando una alfombra persa.
Zheng Hou bajó por una imponente escalinata imperial, ayudado por un tiento de mango dorado
y tropezó con el Chin, que huyó chillando y se arrojó en los brazos de Wan Chen, que le tapó la boca para no ser descubiertos.
El anciano, enfurecido, sintió burlado su espacio y callado pero con bronca, comenzó a girar y a lanzar golpes al aire con su bastón ,al tiempo que caminaba hacia uno y otro lado , avanzaba y retrocedía enloquecido ,subía por las paredes, a continuación del piso y luego caminaba por el cielorraso con la cabeza hacia abajo, sin dificultad, como si piso, paredes y techo formaran una esfera que giraba vertiginosa bajo sus pies. Golpeaba todo lo que tocaba en su triste y eterna oscuridad.De este modo tiró varias vasijas, que al caer se partían dejando caer su contenido: monedas, cientos de monedas. Por cada golpe que daba el anciano caían monedas del techo, de las paredes, de los cántaros...A borbotones brotaban las monedas, liberadas de sus escondites a través de cataratas que inundaron el lugar. El anciano quedó sepultado bajo una montaña de monedas.
Asustado,Wan Chen, salió como pudo, y se encaminó hacia sus padres. No sabía qué hacer, pues por su descuido él se consideraba el único culpable de lo sucedido.
Ansiosos todos esperaban que Zheng Hou se asomara por el pórtico donde periódicamente aparecía para darles su pago .Los minutos iban pasando a medida que crecía la incertidumbre ante lo que consideraban tal vez ,un nuevo capricho del anciano. La impuntualidad no era su defecto, hasta ahorraba los minutos, jamás cabría en su intención desperdiciar el tiempo.
Todos estaban cansados ,después de un largo día de trabajo. El fastidio comenzó a apoderarse de los ánimos. Wan Chen ,sabiendo lo que ocurría, no pudo mantener más su secreto ,indeciso y temeroso se acercó a su madre y le susurró al oído lo que había ocurrido. La madre, incrédula se lo comunicó al padre y sigilosa pero rápidamente la extraña causa por el retraso, se divulgó entre todos y sin poner en duda la veracidad de lo dicho por el niño, ya que en China los chicos no mienten, en forma tímida pero con creciente resolución, empujaron las pesadas puertas de metal, hasta que se abrieron. Enorme fue la sorpresa de todos , cuando apareció ante ellos la enorme montaña de monedas que había acumulado el viejo ,en soledad, durante mucho tiempo ,fruto de las ganancias obtenidas por los cultivos de arroz que ellos cosechaban cada año.
Deslumbrados por la riqueza que se desnudó de manera repentina ante sus ojos, tomaron algunas monedas con desconfianza, las observaron con detenimiento y vieron en cada una de ellas la efigie ,de su propia imagen, que el avaro había hecho acuñar en ellas.
Cavaron sendas entre las monedas, tratando de hallarlo, pero no había rastros de él.
Agitado Wan Chen, no paraba de relatar cómo habían sucedido los hechos.

De manera sorpresiva algunas monedas comenzaron a rodar y una con la otra se iban fusionando hasta convertirse en una gigantesca moneda con la cara de Zhin Ho, que rodó hacia el centro del campo seco, en el que habían trabajado ese día , se detuvo, cayó sobre una de sus caras y comenzó a arder, provocando una quemazón que se extendió a lo largo y a lo ancho del llano, e iluminó la noche oscura , que ya se había adueñado de la comarca.

Solidarios, los pobladores, crearon una cooperativa. Con las monedas , otorgaron préstamos a los campesinos, para realizar mejoras en sus viviendas, y comprar maquinaria agrícola para el aumento de la producción. Construyeron una escuela y un hospital.
Instalaron un centro para recreación y deportes. Se redujo la jornada laboral, aprendieron a disfrutar del descanso y del ocio después del trabajo. Ese valle se convirtió en una región próspera y sus pobladores en gente libre y feliz.

Los descendientes de Wan Chen ,aún relatan lo visto por él ,desde su escondite, asustado y acurrucado bajo un mueble ,mientras su cerdito Chin olfateaba una alfombra persa.

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